Estábamos sentados en la banca de uno de los miradores del
puerto de Valparaíso.
La verdad ya ni me acuerdo que hablábamos en definitiva, lo
que si, aún recuerdo en lo que quedé pensando por largo tiempo, y más largo aún
los minutos en responder tu pregunta.
¿En que piensas? - me preguntaste-
Y yo, así un poco en medio de todas esas palabras que se
entrecruzaban, y superponían en mi cabeza, me demoré un rato en
contestarte. Hasta que al fin dí con la palabra que me permitía hilar las
demás.
Este... nada, no, la verdad es que, descompuse la métrica
de tus palabras y resultó que esta, aún más que la masonería, sigue un compás
casi inalterable en el que los cuadrados y los triángulos generan ángulos que
parecen imposibles de realizarse en este mundo tan deforme. Quise descomponer
un par de tus palabras, pero no me quedó más remedio que volver a su recurso
esencial (el concepto, lo abstracto), para poder determinar de mejor manera el
significado en las palabras correctas para su clasificación. Pensaba también,
que de cierta manera, alguna vez quise cambiar eso, de que la estructura rígida
del conocimiento que adquiriste lograra esa flexibilidad necesaria (la
humildad), pero, ya desistí a mis fuerzas de querer cambiar las cosas. Y pensé
que sería mejor que por tu propia cuenta lograras algún día finalmente
encontrar el verbo de la palabra.
-Un silencio superó al viento, a las personas caminando
hablando de seguro un par de problemas, a las bocinas de los buques que a esa
hora deberián haber interrumpido el aire, si, lo interrumpió todo.-
No supiste luego que decir, y lo entiendo, quizás tengas
razón en alguno de todo esos conceptos tecnificados que de cierta manera se han
alejado de la realidad que hoy manejamos y conocemos. Es cierto, quizás no sé
nada de lo que un doctor en temas de compresión lectora pueda admirar, pero, sé
que he podido superar ya (finalmente), uno de mis temores, uno de los miedos
más terribles que pude alguna vez vivir, el miedo a ser yo.